Echar raíces, para echar a andar.

Y entonces comprendí la curvatura, la dirección de las calles de detrás de la iglesia. Cuando se abrió el cielo entre los andamios tirados en el suelo y el ratón se escondió, asustado por las campanas que daban las once, por la canalera de aquel corral. Fue un momento de conjunción extrema en esa noche de calentamiento del clima en el que todos los flujos se encontraron en las esquinas que me rodeaban, en todas y cada una de las esquinas del pueblo donde, con un suspiro que duró veinticinco años, eché raíces. Para empezar a andar. Y bajo la mirada del ratón escondido, eché a andar.

Acerca de electroletras

Otro espacio para mis delirios literarios...esta vez, para los cortos, nacientes, y ya creciditos.
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